Después de mucho tiempo sin subir nada de escritura, y ya "en vísperas" de la publicación de "Los Ecos de la Venganza" (a falta de la maquetación, de un nuevo título y de la portada), he comenzado a preparar la siguiente novela, que desarrolla una idea tangente a Los Ecos, de la cual hice un trozo que, de hecho, iba a formar parte del final de la novela originalmente, pero que finalmente no va a ir con ella ya que más que añadir algo al final, lo deja abierto en vez de cerrado. El trozo en cuestión es de 2013, por lo que está bastante poco refinado y es bastante basto en términos generales. Aún así, la idea de "El Alquimista" surge en términos generales de allí, y se compondrá las andanzas en solitario de Fharrel (Jan Farelian), tras los sucesos acontecidos en Los Ecos (y por tanto contiene spoilers menores), y de algún modo formará el puente entre Los Ecos y su secuela, de la que este personaje tmbién formará parte. Sin más, el texto, esperando simplemente que os guste : )
Mi Querida Caroline,
Te escribo puntualmente esta carta, tal y como te prometí la última vez
que nos vimos. Cuento con calma cada día que pasa, sabiendo que es un día menos
para poder volver a ver tu rostro, y mientras lo hago, te imagino, a ti,
Caroline, mi dulce Caroline, buscándome entre las sombras, preguntándote si
acaso en esta ocasión no te habrá de llegar mi carta, este escrito que con
tanto aplomo te envío cada mes, siempre para asegurarme de que no te olvidas de
mí, de la promesa que te hice. No me verás en tu palacio de marfil, no aún,
aunque sé que seguirás buscando mis ojos en el rostro ajeno, mi olor en cada
cruce de pasillo. Sé que esta carta no ahogará las ascuas que te consumen, pero
te lo aseguro, mi promesa sigue viva, ahora y siempre.
No te olvido.
Llegaba
tarde, lo sabía. Llevaba meses esperando aquel momento y, a la hora de la
verdad, ya se sentía decepcionado antes incluso de empezar. A su alrededor, la
gente bullía en un alboroto alegre, quizá no especialmente intenso, pero a él
se le antojaba ensordecedor. Sí, le sudaba
la mano, le sobresaltaban las pisadas de los extraños a sus espaldas, y su
mirada corría de aquí para allá inquieta. Se abrió la puerta por enésima vez
aquella noche, en el otro extremo de la sala, donde se agrupaban los bebedores
más fugaces. Él no alcanzaba a ver la entrada, pero en ese mismo momento supo
que su cita había llegado. Durante un breve momento, los rostros curiosos le
dieron la espalda, señal inequívoca de que algún viajero extravagante había
cruzado el umbral.
Covedine
ni siquiera estiró el cuello: conocía los hábitos de su invitado, así que
simplemente trató de parecer lo más cómodo posible y dio un trago a la jarra de
cerveza.
Esperó
unos segundos y sólo entonces vislumbró, sobre los cogotes de la multitud, una
larga pluma verde coronando un sombrero de ala. Para su sorpresa, el viajero de
la pluma no se dirigió hacia él, sino que, de hecho, se plantó en la barra y
estudió con detenimiento toda la sala, justo antes de encargar una bebida.
Covedine le miró, inseguro, y le saludó con la mano. El extraño lo vio a él, de
eso estaba seguro, pero en lugar de responder el saludo se encogió de hombros y
le dio la espalda. El hastiado hombre
bufó; estaba claro que aquel no era su acompañante, lo que implicaba seguir
esperando. Se preparó para darle otro trago a su bebedizo, y entonces una mano
amiga lo sobresaltó.
“Debía
asegurarme” le susurró al oído una voz “la última vez que me encontré con un
viejo conocido, intentó que la guardia me arrestase. Qué te voy a decir. No
terminó bien. No para la guardia al menos”
El
hombre que le había tocado el hombro aún permanecía a sus espaldas, fuera de su
campo de visión. Covedine no reaccionó. Le temblaba el pulso, pero hizo acopio
de valor y, con cuidado, dio un nuevo trago a su jarra. La mano amiga le palmeó
con calidez, y sólo entonces el alquimista se sentó a su lado, vestido, en
contra de todo pronóstico, con ropa completamente normal. En su mano llevaba
una jarra más apurada que la suya propia, lo que significaba que llevaba en
aquella sala más que él.
“Es
bueno volver a verte, Jan” articuló, no sin cierto esfuerzo “Después de tantas
cartas y de tanto esperar, comenzaba a pensar que no vendrías, que te habría
pasado algo. ¿Has estado bien?”
“He”
replicó él, esbozando una sonrisa torcida y volviendo a palmearle el hombro.
“Covedine, mi viejo amigo… tú eres, según he oído, uno de los pocos leales que
estaba allí, en la gran garganta cuando mi padre murió. Sin embargo” añadió el
alquimista, mirándole a los ojos “yo no te vi por allí”.
“Huí”
bufó el hombretón con un gesto de desdén. El alquimista le miró de hito en hito
y reforzó más su sonrisa. Desde que él se había sentado a su lado, el veterano
había comenzado a sentirse peor: estaba casi seguro de que sólo eran los
nervios, pero tenía sudores fríos, se notaba débil y las risotadas, los
comentarios subidos de tono a tan solo unos pasos de él, ahora se le antojaban
un murmullo ininteligible. Sin duda eran sólo los nervios, no debía mostrar
miedo.
“Siempre
me ha gustado tu humor” susurró su invitado, justo antes de comenzar a aplaudir
despacio. “El viejo Covedine” pronunció con énfasis, “siempre ácido, siempre…
leal. Por eso me gustas tanto. No hace falta ser un genio para saber lo que te
pasó aquel día, sólo quiero saber qué opinas tú de los rumores”
El
hombre bebió. La bebida se le antojaba insípida, aunque bien podría haber sido
por el tiempo que llevaba servida en la jarra. Él levantó el brazo para pedir,
pero su acompañante le sujetó presto, mientras le seguía mirando a los ojos, y
empujó su propia jarra junto a él. Covedine bebió. El hombre le asustaba, pero
no estaba dispuesto a dejárselo ver. Tomó la jarra de bebedizo que le tendía el
alquimista y la vació de un solo trago. Jan Farelian volvió a aplaudir, de
nuevo despacio, de nuevo con aquella sonrisa mordaz.
“Yo
no sé nada” bufó al cabo el veterano. “Estaba inconsciente, así que… qué más
da. Jul murió aquel día dando la vida por los suyos, es lo único que sé, y lo
único que me importa, la verdad”.
Los
dos continuaron en silencio, sin mirarse. Covedine se sentía sorprendido por su
propio arranque. Desde que había visto al alquimista había sido incapaz de
articular una frase convincente, y de pronto acababa de mostrarse
desinteresado, no sólo en lo que le preguntaban sino casi en todo lo que aquel
hombre significaba.
Jan
Farelian asintió, se levantó y caminó hasta la barra. Allí habló con el joven
del sombrero emplumado, que les observaba ahora con atención. Los dos
intercambiaron algunas palabras, y entonces el del sombrero pagó y se fue. El
alquimista, sin embargo, pidió otras dos jarras y se dirigió de nuevo a la
mesa, donde Covedine esperaba fingiendo indiferencia.
“Esta”
indicó el alquimista, mientras le tendía una de las jarras y le invitaba a
brindar “no está envenenada”. Los dos rieron, aunque el veterano lo hizo con
nerviosismo. No pudo evitar darse cuenta de que ya no le temblaba el pulso y la
mano le había dejado de sudar. Sin lugar a duda, los nervios habían ido a
menos. Tenía que ser eso.
“Entonces”
susurró el veterano, ahora sonriéndole a su compañero “¿Me vas a contar a qué
te has estado dedicando?”
“Por
supuesto” replicó el alquimista, de algún modo menos amenazante “A eso he
venido”
No hay comentarios:
Publicar un comentario